First Cow (2019). Una oda a la amistad.

Gabriel García Márquez dejó por escrito que viajar es “intentar volar conociendo otras ramas, recorriendo caminos. Es intentar cambiar”. Si no comparte la misma acepción, Kelly Reichardt se encuentra muy cerca de la de Gabo en tanto que toda su filmografía está atravesada por esa idea de viaje. Un lento caminar que con (o sin) rumbo fijo termina transformando por completo las experiencias vitales de los protagonistas. Por ello todas sus películas pueden ser consideradas, en mayor o menor medida, road movies. Y si existe algún género que encuentra su razón de ser en la travesía es, sin duda, el western, donde la idea de desplazamiento y búsqueda ocupa la centralidad del relato. Es por eso que Reichardt recupera el género fordiano en su nueva película First Cow. Ya había coqueteado con él en la magnífica Meek’s Cutoff (2010) en la que revisaba el mito de fundación americano situando la cámara del lado de las mujeres y mostrando la experiencia de quienes iban acompañando (también caminando) a los “héroes” y “conquistadores”. En aquella, los duelos de pistolas, las largas esperas del tren que llegaría con el enemigo y las aventuras se sustituían por el lento y pesado caminar de las mujeres cargando equipaje (como mulas), realizando labores domésticas, soportando el clima con trajes imposibles y, como siempre, aportando cordura. Aquí, en First Cow, el western vuelve a ser deliciosamente manipulado (casi hasta llegar a un anti-western) para adaptarse a relatar la historia de una bonita e inesperada amistad. De nuevo, la violencia propia del género se obvia -sólo hay dos momentos puntuales en los que se sabe que se ejerce, pero la cámara decide no prestarle atención- para centrarse en los diminutos gestos, las pequeñas acciones y la relación que establecen dos hombres (motivo que ya trabajó de manera exquisita en Old Joy, 2006) que nada le deben a John Wayne o Henry Fonda. Por el contrario, estos dos hombres -reunidos por distintas razones, pero al fin y al cabo fugitivos- se dedicarán a hacer dulces para poder así establecer intercambios y no caer en las crueles garras del hambre. Y es ahí donde entra la vaca (la primera vaca americana) que les proporcionará a hurtadillas la leche, el ingrediente secreto de esos dulces que, a todos esos hombres rudos, entre tanta virilidad, reconcilian.


Para First Cow, Kelly Reichardt vuelve a decantarse por el formato académico, decisión inusual teniendo en cuenta las posibilidades que ofrecen otros formatos para explorar el paisaje- tan propio del western-. Si en Meek’s Cutoff la elección se debía a esa adaptación de la cámara a una mirada subjetiva (la femenina, más delimitada), en esta ocasión, la decisión se debe al hecho de que se trata del formato más antropomórfico (el que mejor recoge la figura humana y da los mejores primeros planos) y adquiere todo el sentido en tanto que la principal preocupación es la relación que establecen ambos. Pero no quiere decir que no se interese por el paisaje, todo lo contrario, la directora es una gran retratista de la naturaleza (en todos sus anteriores filmes aparece repetidamente). Con la elección del formato, adquiere mayor importancia la profundidad de campo (exploración del espacio hacia el fondo y no los laterales) e impide que la naturaleza se extienda y sea inabarcable para establecer una perfecta comunión entre el hombre y la naturaleza que pronto -ya en esas exploraciones colonizadoras y colonialistas se intuía el devenir capitalista de la “nación”- se vería destruida.
Meek's Cuttoff (2010)

Exenta de épica, grandilocuencia o excesiva mística -renuncia casi por completo al uso de la música- First Cow reúne ese quehacer de la directora tan meticuloso, sencillo y minimalista que es capaz de abordar temas de enorme calado a través de pequeños gestos, dilatando el tiempo o más bien respetando su discurrir -de ahí su gusto por el plano secuencia y los casi inexistentes movimientos de cámara-. Y eso es porque acierta en centrarse en las emociones, en las transformaciones y continuos cambios internos de las personas que nunca quedan indemnes a los encuentros fortuitos que se producen con desconocidos. Porque -y ahí cita a Rossellini- nunca se sabe quién va a acompañar nuestros restos en la eternidad.



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