Una joven prometedora (2020). Hasta el coño.
De Una joven prometedora enloquece,
de entrada, Cassie (Carey Mulligan). De noche, vestidos cortos y ceñidos, un
buen barniz de maquillaje y brazaletes dorados de serpientes al más puro estilo
Taylor Swift- en la era Reputation-. De día coloridos vestidos lady con
estampados de flores, uñas de colores y lazos de raso anudan sus cabellos
rubios dotando de un aura angelical a la mujer araña. ¿Cuál de las dos performances
es la verdadera? ¿Cuál la máscara? Así presenta Emerald Fennell en su ópera
prima a un personaje central fascinante, repleto de aciertos. Desde la elección
del nombre -que alude a la figura clásica de Casandra, sufridora de una
violación en el templo de Atenea- hasta el hecho mismo de que sea una actriz
que ha venido interpretando papeles de mujeres más “tímidas” -o con menos
presencia- la que se ponga en la piel de una femme fatale al estilo
millenial. Pero no cualquier femme fatale. Cassie es una joven de 30
años que se ha estancado en una adolescencia tardía. Una joven encerrada con
sus padres en una casa ridículamente kitsch. Una mujer que guarda un
parecido irónico con la mujer que objetualiza el protagonista de La noche
del cazador (1995) -que por un momento roba la pantalla-, y que como bien ha
enseñado la ficción más pop usa una libretita donde va apuntando
nombres. En este caso no nombres de enemigas a las que derrocar sino de hombres
a los que, cada noche, da una lección cuando activa su ritual de venganza
pacífica. Un ritual que pasa por perder, tras el crepúsculo, cualquier atisbo
de la inocencia que luce de día para transformarse en una mantis que finge haber
perdido la voluntad por el alcohol para comprobar hasta dónde son capaces de
llegar los lobos. Cuando lo comprueba, nos mira y comienzan las elipsis. Y la
ironía corrosiva que Fennell imprime en toda la película. ¿Estábamos preparados?
Pero hay otro elemento que adorna
el cuello de Cassie, el más importante: la cadena de la mitad de un corazón que
lleva el nombre de Nina. Es así como todo empieza a encajar. Por su amiga
violada y asesinada -se intuye un suicidio que es asesinato colectivo- Cassie
no puede avanzar. La sororidad elevada a la máxima potencia -que continúa al terminar la película cuando el relevo pasa de Cassie a su compañera
del café- pone de relieve de qué manera en los casos de violación el dolor
traspasa de tal manera a la víctima que termina hundiendo a los seres más cercanos.
Y eso es lo que le sucede a Cassie, incapaz de olvidar, a pesar de que sea la
madre de su amiga la que se lo pida. Y la espiral de violencia que se va generando
-simbólica y física- ¿no se ejerce más contra ella misma que hacia los demás?
Pero antes de llegar al final, es
interesante acercarse al inicio. El arranque de la película ya es bastante significativo
y ofrece pistas para leer la película. Primeros planos de las caderas y
paquetes de hombres moviéndose como si estuvieran penetrando una presa
invisible son las primeras imágenes que recibimos. Cuerpos fragmentados masculinos
a los que no les está permitido bailar, solo follar al ritmo de la música. Aunque
sea con ellos mismos. Y es sugerente este arranque porque uno de los puntos
fuertes de la película es, sin duda, el retrato masculino tan diverso que
reafirma la inexistencia de un perfil concreto de violador. La inexistencia o
la irresponsabilidad de negar que la conducta del maltratador se inscribe, más
que un tipo de hombre, en un modelo de masculinidad hegemónica. Una
masculinidad inteligentísima que ha sido capaz de incorporar la pátina del
absurdo término de “nueva masculinidad” sin transformar realmente nada. Dejando
intactos los privilegios machistas. Todas estas ideas que parecen abstractas se
condensan en el personaje de Ryan que, pareciendo el bálsamo de Cassie,
bailando y cantando Stars are blind en mitad de una farmacia y acercándose
al supuesto nuevo hombre, pronto se torna veneno. Un veneno que niebla y mantiene
intacta las estructuras de la cultura de la violación que Emerald Fennell
repasa punto por punto, sin dejarse ningún aspecto atrás, remarcando los pactos
de silencio patriarcales que proponía Kitty Green en The Assistant
(2019). Un silencio atronador y multidireccional que termina -o casi- aplastando
a la víctima colateral y que se extiende a distintos escenarios de la vida
cotidiana. Cassie irá visitando una a una a aquellas personas implicadas en el
caso de su amiga: una antigua compañera de clase, la decana de la universidad,
el abogado de defensa del violador -en una de las escenas más sorprendentes-,
el mismo violador… Un recorrido en el que no propone, tras pequeños sustos,
otra cosa que ofrecer otra perspectiva desde la que mirar lo que sucedió. No es
hasta que toca de cerca que se reacciona. ¿No?
Una joven prometedora (2020)
es una hija de su tiempo. La respuesta de una “loca del coño” -que diría María
Castejón- a un presente hipócrita y fingido que asume las luchas políticas
desvirtuándolas y quedándose solo con la pátina. Mientras que el capitalismo
voraz engulle figuras y lemas feministas para vender camisetas, Emerald Fennell
se apodera del universo pop en su ópera prima para elaborar su propia
historia de venganza. Ahora es ella quien emplea el lenguaje del opresor porque
es a través de su conocimiento que se puede subvertir (Adrienne Rich). De esta
manera Fennell coquetea con los géneros de la comedia romántica y el rape
and revenge sin quedar atrapada en ninguno de ellos. Combina la comedia
negra -negrísima- con el rosa pastel con total naturalidad hasta corroerlo. Un
ejemplo concreto es la música como elemento clave que añade texto al discurso
central. ¿O es baladí la elección de una versión tétrica de Toxic al
violín -teniendo en cuenta lo que supone la figura de Britney Spears en el
imaginario pop- para acompañar a Cassie en su entrada a la cabaña del lobo?
Y, entonces, llega el final. El
sacrificio del ángel exterminador. ¿Es demasiado? Probablemente sí porque
Cassie ya estaba sometida a un castigo -el de todas las mujeres- lo
suficientemente alto, que iba a continuar en caso de que lograra rematar la
venganza. Las secuelas y la pérdida irreversible de su otra mitad siempre iban
quedar como profundos tajos en el pequeño cuerpo de una niña de 30 años. No hay
cura para la lesión eterna de Cassie que, al menos parece tener la última palabra,
aunque su sacrificio, a diferencia de el de Britney, sea irreversible. El
problema quizás se encuentre en la crueldad de dedicar la única escena de
violencia explícita sobre Cassie cuando el recurso empleado hasta el momento
había sido decantarse por unas elipsis que generaban más dudas que certezas. Y más
aun teniendo en cuenta otras decisiones como las de dejar en fuera de campo el
contenido del vídeo de la violación, del que solo se conoce el sonido y la
reacción de Cassie. Pero ¿no es así de verdad? ¿No es acertadísimo evidenciar
con las imágenes quiénes son los que ejercen la violencia y contra quién?
Contando con la estela que han dejado creadoras como Coralie Fargeat en Revenge (2017), Natalia Leite en M.F.A. y Michaela Coel en su capítulo final de I May Destroy You (2020), y la oportunidad que estas brindaban a sus heroínas para vengarse es lógico que se planteen preguntas como: ¿Promete más de lo que cumple Una joven prometedora? Es difícil responder a esa pregunta y precisamente en lo controvertido de la propuesta, en sus contradicciones, radica su mayor virtud: interrogar apelando agresivamente -y al compás de éxitos pop- a la audiencia. Porque si algo tiene el debut de Fennell es la capacidad de no dejar indiferente, de golpear como Carey Mulligan revienta con un palo de golf los faros de un coche. Como la loca que los viandantes masculinos le dicen que es. Puede ser que Emerald Fennell no le dé la oportunidad a Cassie de marcar con el bisturí -de la doctora que nunca pudo llegar a ser- el nombre de Nina en el cuerpo del lobo. Ni siquiera la “N”. Y eso duele. Devasta incluso. Pero, a cambio, nos pone delante de una realidad incómoda: el peligro que corren todas las mujeres por culpa de los depredadores. Y de otra mucho más incómoda para quienes ostentan los privilegios: que se acabó. Están hasta el coño de la cultura de la violación y no pasan ni una más. Incluso después de asesinadas las caperucitas se comen al lobo y gritan el silencio.
Así debe ser.
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