El Hijo Zurdo (2019). La mirada zurda.



Un pequeño texto, sólo en cuanto a extensión se refiere, en cuanto a contenido es gigante y político y tiene muy presente la concepción a cerca del deterioro de las palabras por su mal uso y su resignificación, citando a Marta Sanz, según quién las diga, sobre la maternidad prematura (“como si le quedara todo por hacer, con la virginidad de la juventud, una pureza que ella no comprendía cómo podía quedarse dentro”), la juventud robada, la incertidumbre, la inexperiencia de una madre precoz y dispuesta que continuamente está siendo hostigada por la culpa, aquella inculcada desde muy pronto a las niñas, hoy nuestras madres y abuelas, adoctrinadas a base de reglazos, golpes y ataduras de manos, en las escuelas franquistas (El bucle de culpabilidades la inmoviliza: la familia parece culpar a la madre, ella misma parece culpar al padre, y es por la herida abierta en el hombro del hijo por donde supura tanta culpa, todo ese infeccioso pus católico”).
Una niña, chica y ya mujer cuyo trayecto ha sido marcado por su zurdera y sus sueños truncados quien, como una olla exprés a punto de explotar, decide reformularse a sí misma y, sobre todo, reformar el concepto de familia tradicional, habitual, después de haber claudicado tanto para poder ser normal. La revisión del concepto de familia es certero y fascinante a partir de la brecha que la separa del hijo, ángel caído, con quien desde muy pequeño compartió la desviación de la que tan orgullosa consiguió sentirse tras mucho tragar ("Individualidades: ingredientes únicos que nos empeñamos en mezclar [...] Por que nos empeñamos en agregar".).
Un mimético y diseccionado retrato de dos mujeres idénticas las cuales comparten las imperfecciones y contradicciones propias de madres de hijos perdidos y ausentes (.“Calma, es una orden que se da a menudo, un estado al que aspira. Pero esta calma no es paz, es solo ausencia de gritos, cobardía”), pero a su vez dispares debido al seso generado por la distancia invisible y ruidosa entre clases sociales, conseguido en el preciso plano-contraplano literiaro entre Maru, la habitante de las "latas de sardinas" con bolsa de plástico en mano y aretes escandalosos ("También parece cansada, pero no de limpiar oficinas. Es un cansancio de otra clase"), y Lola, turista que se pasea con "su cacharro" por una periferia que no le es propia. El diario de dos mujeres algo solitarias, que abrazan sus contrariedades, no se rinden y siguen estando vivas, más vivas que nunca y que se reconocen en la pupila de la otra.
Sobre la importancia del lado izquierdo, de la mirada izquierda en un mundo distraído y perversamente extraviado hacia la derecha.

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