
Probablemente 'Escenario 0' sea una de las propuestas más arriesgadas, innovadoras e inteligentes que pueda encontrarse en cualquiera de las plataformas digitales que forman parte de la rutina de cualquiera por estos días. Capitaneada por Bárbara Lennie e Irene Escolar, las cuales además protagonizan algunas de las piezas, Escenario 0, título que hace referencia a la propuesta de RTVE de hace unos años ('Escenario 1') la cual consistía en incluir en su programación obras de teatro en primetime, nace como un híbrido, donde se produce una sinergia entre cine y teatro, imbricando ambos lenguajes y dando lugar a un formato rico y complejo. En ningún caso se trata de teatro grabado. Nada más lejos de la realidad. Estamos ante algo nunca antes visto, ante la colaboración entre dos medios tan distintos entre sí que a su vez comparten otros tantos elementos. Un ensayo visual. No he tenido la oportunidad de asistir a ninguna de las piezas, no puedo ni imaginar lo que habría sido ver a esos titanes en escena paladeando esos textos, algunos de ellos sublimes, por ello resulta una oferta muy recomendable. La tarea casi necesaria de acercar a un público más amplio y diverso el teatro contemporáneo español, uno de nuestros tesoros culturales, y todo el equipo que desengrasa la maquinara y activa la rueda que hace posible que todavía podamos asistir a esos encuentros generadores de magia y reflexión. De experiencia inmersiva y crítica.

El texto de Hermanas sea posiblemente el más denso, el más tupido, lleno de capas, de matices, recovecos y esquinas a partir de las que girar. Un texto que podría escaparse de las manos a cualquiera, pero no es el caso de Bárbara Lennie e Irene Escolar, las cuales lo defienden a la perfección y lo hacen suyo. Lo arraigan. Son dos gigantas disputando la atención, forcejeando con la oratoria desde el arranque y conquistando sendos y sublimes monólogos desgarradores que hablan la envidia, los celos, las distancias, el abismo, la enfermedad, la pérdida, la infancia, la muerte, la hipocresía, la injusticia…. Dos visiones del mundo contrapuestas que se superponen y se transparentan. Pero, sobre todo, es un texto autorreferencial, que casi sienta cátedra (en el mejor de los sentidos) a cerca del lenguaje, de la importancia de las palabras, esas que rigen el mundo por encima de todo, hacen posible la existencia y también el olvido, de las que de todo depende. De la supuesta libre elección de las mismas, de su combinación y de la transformación de su significado según quien las enuncia (Marta Sanz). Un vis a vis al borde del impacto con treguas escasas que desembocan en dinamita verborreica. El lenguaje como un arma que dispara, el mejor generador de violencia: “Eres tú la que destruyes el mundo abandonando el lenguaje”. Poco más hay que añadir.
Y si Lennie y Escolar emocionan con su gestualidad, llanto contenido y miradas inquisitivas como navajas, lo de Carmen Machi en Juicio de una Zorra es inclasificable. Incomparable. Inconmensurable. Probablemente sea la mejor actriz de nuestro país, la más camaleónica, esa que, en una misma frase, en un solo segundo, cambia de registro y te obliga a seguirla por las sendas que propone. O impone. Es imposible dejar de mirarla, dejar de seguirla y, por supuesto, con la boca haciendo una O enorme. Llega a transformarse tanto a lo largo de la obra que se olvida quién es. Cambia hasta su fisicidad. Su voz se hace grito y su cuerpo testimonio de la cólera de Helena de Troya que clama justicia, perdón y olvido para así poder descansar en su condenada eternidad. Realmente, el texto de Miguel de Arco, dirigido por él mismo y Clara Roquet, toma como excusa una de las figuras más “deseada, codiciada, raptada, forzada, violada, sacudida, doblegada, sometida” de la mitología y de la historia de las mujeres para hablar de la construcción de la realidad a través de los relatos o del gran relato de la historia con mayúsculas. Y de toda su violencia. A partir de la deconstrucción de varios personajes mitológicos femeninos (Leda, Penélope, Clitemestra…) y la acusación de otros tantos masculinos (Zeus, Ulises, Agamenón, Menelao) demuestra quien ha tomado la pluma y el tintero y ha construido la memoria de los tiempos. Cómo esa mano ruda, grande, de hombre, ha moldeado la historia, ha construido lo discursos y se ha parapetado tras la excusa de los “hechos incuestionables” condenando al averno a toda una mitad considerada débil, frágil, consumible, intercambiable, manejable y sustituible.
“Yo era la extranjera. La perra traidora que había abandonado su patria, a su marido y a su hija. Lo que aplaudían en Paris, lo censuraban en mí. Lo que en él era valor, en mí era debilidad. Su hazaña, mi traición. Su amor, mi vicio. Su honra, mi deshonra. Su pundonor, mi impudicia. Su gloria, mi vergüenza”.
Es la historia de una mujer condenada desde su concepción sin posible escapatoria de su maldito destino, pero también la historia universal de todas las mujeres sometidas a juicio constante. Un texto irónico, corrosivamente delicioso no exento de humor, que no deja títere con cabeza y exige responsabilidades. Y clemencia.
“Nací de un huevo. Azul para más señas. ¿Qué? ¿Os parece increíble? Pues no es más inverosímil que Dios Todopoderoso descendiera sobre una virgen en forma de paloma y tras ser anunciado por un querubín alado la preñara sin mancillar su virginidad. Distinto nombre pero el mismo dios. La misma fijación por las mujeres de otros y la misma perversión aviar”.
¿Es necesario señalar la presencia del color rojo en toda la obra? Yo creo que no.
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