Veneno (2020). La España envenenada.


A estas alturas, tras la emisión del último capítulo de Veneno, la última creación de los Javis se consolida como historia de la televisión española. Puede generar diversas opiniones, más o menos favorables, pero hoy nadie duda del fenómeno que han supuesto estos ocho capítulos que tanto se han hecho esperar y han logrado que cada domingo un público muy diverso acudiera a ver el siguiente como si de un ritual se tratara. Los domingos han pasado de ser el día de acudir a misa a comulgar para ser el día en el que la hostia nos la daba la Veneno. Los Javis han sentado precedente consiguiendo desgranar la figura de Cristina Ortiz para darla a conocer en toda su profundidad, desde todas las aristas que conformaban a la de Adra y darle el lugar que se merece dentro del relato la historia de España. No podemos narrarnos correctamente si nos olvidamos de nombres propios como el suyo, aunque esto suponga un ejercicio de autocrítica que haga mucho daño. El pasado está en la memoria del presente y este es nostálgico por definición.


No sé si el término más acertado para describir el acercamiento a su persona y lo que fue su vida sería homenaje, el cual indudablemente está presente. Quizás sería más correcto hablar de esta serie como todo un acto de justicia poética por el cual se devuelve la atención que se merece ya que no se debe olvidar que fue una entre miles a la misma vez que representó a un colectivo, el transexual, que sigue obligado a habitar en los márgenes. Lo que no quiere decir que aquí se haga discurso de modelo a seguir, ni mucho menos, aquí se habla sin pelos y señales, de la misma manera que ella se expresaba, de cómo se enfrentó a su vida, a sus penas y a sus glorias, con las migajas que la sociedad le permitía. Sus elecciones y decisiones, como las de todas las personas trans, están condicionadas por una serie de estipulaciones que se les imponen por representar una identidad disidente. Y la Veneno vivió como mejor supo y pudo.


El empleo de la metaficción a lo largo de toda la serie es prodigioso, ya que es la propia ficción la que mantuvo con vida en los peores momentos a Cristina. La mezcla de fantasía y realidad, teatralidad y verosimilitud, excesos y descensos, demuestra la absoluta coherencia entre forma y contenido de la misma. No se puede contar la historia de la Veneno siendo sobrios, ni veristas. Habría sido un fracaso. Para hablar de la Veneno hacía falta brillo, color, focos, esplendor, mucha música y glamour. Y así, de paso, se demuestra que la estética pop, incluso camp si se quiere, también puede ser política. Y en ese sentido, el retrato de la televisión y los medios de comunicación como agentes activos de construcción de la Veneno y como era leída es fascinante. "Esta noche cruzamos el Mississippi", "La sonrisa del pelícano" y la prensa del corazón en general, destrozaron a una persona cegada y fascinada por la atención, esa de la que tan faltada estuvo desde siempre, y contaron con la ayuda de los mejores cómplices: los espectadores. En este sentido, la imagen de Daniela Santiago viendo el plató derrumbarse a su alrededor es tan poderosa y simbólica que no necesita ninguna explicación. Pero también la ficción aquí cobra un sentido positivo y se erige como escondite, como evasión y posibilidad infinita desde ser estrella “mundiá” a la celebración de un precioso funeral. La ficción le ha dado luz a la Veneno, esta vez sin cegarla y la posibilidad de crear una narración propia que la coloque dentro un contexto, tarea que inició Valeria Vegas en Ni Puta Ni Santa; pero sobre todo, la despedida que no pudo tener en vida con la mejor amiga que se puede tener y con su público.


Pero también Veneno es un relato coral donde la posibilidad de una sola protagonista se queda corta. Ni siquiera es Valeria la protagonista, sino que toda la comunidad trans (“sí pero antes éramos travestis” dice Paca), las que contaron con más suerte y las que con menos, forman un retrato de familia hecha a así misma, solidaria. Solidaridad -sororidad- que encarna a la perfección la figura de Paca La Piraña (la Paca que araña) que en su persona sí que aúna a todas aquellas compañeras que velan por sus iguales a pesar de los desencuentros. El capítulo de Una de las nuestras podría ser de alguna manera sinónimo de Las Malas, de Camila Sosa Villada, en tanto a la representación de un modelo de familia divergente y creado a partir de la necesidad de la construcción de una red de afectos y apoyos entre personas desfavorecidas que se ven en la necesidad de inventar nuevos roles y así romper las jerarquías que dividen en estratos férreos la consideración de familia heteronormativa (y, por tanto, única plausible para el público general).
Son tantos los aspectos que con tanta delicadeza y compromiso abordan los Javis desde el respeto -la infancia trans, el abandono y desprecio de la familia biológica, el menosprecio en situaciones personal y laborales, la prostitución como supuesta única salida, el exotismo con el que son miradas y leídas las mujeres trans- que hacen de la serie todo un alegato, casi manifiesto pop, a favor del reconocimiento y la defensa de los derechos trans en una sociedad donde todavía la existencia, NUNCA DEBATIBLE, de estas personas está profundamente marcada por la violencia -física pero también estructural e institucional-, el miedo y la muerte.


La Veneno fue una mártir cuya estela es tan potente que no se debe nunca olvidar: no seremos una sociedad justa y que merezca la pena hasta que no pongamos punto y final al peligro que corren las personas trans en su cotidianeidad. Este es un problema de todos.
Hoy a la Veneno no le decimos adiós, sino que le damos una cálida bienvenida al panteón de nuestras estrellas (presente ya en el de muchas), las que verdaderamente marcaron una diferencia. ¡Digo!

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