Adam (2019). El aliento público de las resistencias privadas

Qué habría sido del destino de tantas mujeres sino fuera por el compromiso de todas sus compañeras. O mejor dicho por la sororidad ya que el concepto anterior es universal y se queda corto para designar las redes de apoyo que han generado las mujeres entre sí a lo largo de la historia para hacer frente a las continuos embistes misóginos de las sociedades patriarcales. Sociedades, unas más que otras, que actualmente mantienen férreos juicios morales contra las mujeres, bien lo sabe Maryam Touzani, quien sabe plasmar a la perfección en su ópera prima uno de los principales estigmas de la cultura marroquí (a la que ella misma pertenece): la maternidad monoparental. Lejos de la condescendiente mirada de occidente la cineasta debutante consigue construir la historia de un encuentro fortuito y sanador rechazando los excesos dramáticos para decantarse por la importancia del gesto imperceptible, de la contención de las emociones y del poder de las miradas cómplices.

Adam cuenta la historia de la valiente Samia, una mujer embarazada que arrastra el estigma de no estar acompañada por el padre de su futuro hijo (al que llena de dolor se resiste a mirar) y la oscura decisión de verse obligada a entregar a otros el fruto de su vientre para evitarle la consideración de bastardo, y Abla, una viuda que dedica sus días a trabajar en su panadería sin descanso porque acepta que tras la muerte de su marido es la única opción posible. Dos mujeres que soportan el peso de los prejuicios y mandatos de una cultura que las aprieta (pretendiendo ahogarlas) pero que al colisionar aprenderán mutuamente que más allá del tabú son otras las alternativas.
Mediante el uso recurrente del primer plano que requiere del espectador una mirada fija a los ojos cansados, pero nunca abatidos de las protagonistas, y la preponderancia de casi un único espacio, que pone de relieve la importancia de lo privado en este tipo de resistencias, la directora es capaz de crear un espacio íntimo de intercambios y enseñanzas valiosas. Si Abla le garantiza el techo y la comida, así como consuelo y comprensión a la joven madre, Samia despierta de la pesadilla del luto a la viuda para ayudarla a recomponer - a través de una cinta de música y la reconexión con el cuerpo que parecía haber olvidado y reconoce en el reflejo en el espejo-, su identidad, demostrándole que aún hay muchas razones para afrontar los días desde otras perspectivas por muy oscuras que puedan presentarse. El aliento de esperanza que se infunden la una a la otra olvidando las afrentas propias para sanar las ajenas es sobrecogedor.


Con una fotografía que alcanza cotas pictóricas, muy cerca de la pintura italiana del primer barroco, y a la vez en unas imágenes que no habrían podido ser creadas antes sino por la directora de fotografía Virginie Surdej, Maryam Touzani trata con tanta destreza y delicadeza la masa madre que tiene entre sus manos que da como resultado una película profundamente honesta donde la belleza de las imágenes nunca prevalece por encima del discurso. Un discurso político, nada panfletario, que señala la valentía de las mujeres que nunca se rinden y se sobreponen a los tabúes y condenas de unas sociedades que parecen nunca saciarse de su sufrimiento.

Comentarios