Antidisturbios (2020). ¿Víctimas o verdugos?
Tras el tropiezo de Madre (2019), Rodrigo Sorogoyen vuelve junto a Isabel Peña a descender a las “cloacas del Estado” para ofrecer un retrato colectivo e individual de esa unidad del cuerpo policial que tantas opiniones negativas genera en el imaginario común: los antidisturbios. La serie del mismo nombre llega conscientemente en el momento de máxima polarización de la sociedad española (en la serie incluso llega a aparecer el Piolín para hacer referencia a los acontecimientos que tuvieron lugar el pasado octubre de 2017) teniendo en cuenta las imágenes que circulan por la prensa diaria y las redes sociales de “la seguridad del Estado” excediéndose en según qué distritos ante la toma de las calles de la ciudadanía (unos para exigir recursos, otros para ganar el pulso), sin llegar a ninguna conclusión en concreto o, más bien, abrazando una cierta ambigüedad que ya estaba presente en El Reino. De la misma manera que en la película se analizaba una trama de corrupción sin nombres ni apellidos, en Antidisturbios la responsabilidad, como es común en el género del thriller, cae sobre las altas esferas evitando así meterse en faena y queriendo pasar de alguna manera de puntillas. Y es eso lo que le resta a una producción prácticamente perfecta en lo formal, que sea mucho más arriesgada en su apariencia que en su esencia.
A través de grandes angulares, primeros planos continuos y cámara en mano se logra crear una experiencia inmersiva desde la primera escena del desahucio, donde todos se apelotonan, el aire parece no correr entre los cuerpos que se agolpan clamando justicia y las facciones de los antidisturbios están siempre a punto de estallar, al borde de la eclosión. Y esa será una constante en el resto de los capítulos, el encuadre asfixiante de esos rostros duros que temen por su destino emanando tal cantidad de testosterona que parece no encontrar lugar en el plano. Y ahí reside el mayor interés de la serie, en el retrato de la masculinidad que comparten todos los miembros de la unidad (el plano secuencia de “la última cena” sea quizás el mejor ejemplo), extensible a todo el cuerpo policial, y que parece no haber gustado nada a todos los sindicatos policiales que han empleado las redes para expresar su disgusto. Seguramente por no haber visto la serie, no haberla completado o comprendido, porque si uno se acerca un mínimo, se dará cuenta de la humanización que se esboza en torno a cada uno de los miembros (señalando sus problemas familiares, sus preocupaciones, sus vidas en general) y de la consideración final como víctimas de un entramado que se les escapa. Esa ambivalencia es la realmente preocupante, la que provoca que el hecho de acatar unas órdenes de superiores despoje de toda la culpa y el consecuente ejercicio de autocrítica y reparación a esos tipos que sin lugar a duda no hacen bien su trabajo.
Para equilibrar la balanza, entre tanto exceso de testosterona, Laia (una Vicky Luengo que está espectacular) será la encargada de poner orden y esclarecer la verdad a pesar de todas las trabas interpuestas en el camino por ser mujer. A ella no la van a asfixiar los encuadres sino un cuerpo que está orientado a ser llevado por hombres y donde un nuevo enfoque no es bien recibido. A pesar de ello, y del volumen de trabajo que vierten sobre ella para frenarla, no hará más que alentarla a llegar la meta. Por la importancia e interés de su personaje (de hecho, es ella quien abre el primer capítulo con toda una declaración de intenciones de lo que va a ser su personaje en la trama), su incansable esfuerzo, es incomprensible la relación con Álex García, porque no aporta nada, el relato fluye de la misma forma sin ella. Pero de lo que no cabe duda es que Laia es la heroína.
En definitiva, un elenco de actores que se superan cualquier expectativa, en especial Vicky Luengo y Álex García, aunque Roberto Álamo y Raúl Arévalo merecen también especial mención, en una producción arriesgada y muy bien elaborada que viene a constatar el valor cualitativo cada vez mayor de las series españolas, junto Veneno y Patria, pero que se queda en tierra de nadie en cuanto a su discurso político ambivalente.

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