Patria (2020). Expatriadas.

 


Concluida una de las series más esperadas y comentadas del año, Patria, el espectador puede no haberse quedado del todo satisfecho. O al menos no saciado al completo. Y no se debe a que se trate de una mala adaptación de la novela de Fernando Aramburu, todo lo contrario, ya que a rasgos generales es muy fiel a esta. El problema es que cuando se hace una adaptación a otro formato siempre se espera algo más. Que el hecho de retomar el relato sea para aportar. Y es ahí donde se encuentran algunas carencias. Por ejemplo, si las realidades de las hijas de Bittori y Miren quedan algo desdibujadas en la novela, esta habría sido la ocasión perfecta para completar el esbozo y ahondar en la forma en la que las hijas van a tener que lidiar con la triste herencia de la pérdida y el dolor. La figura de Nerea es tan interesante (casi el personaje más complejo de todos) que merecería un lugar central. No lo tiene en el libro, tampoco lo iba a tener aquí, pero se pierde de vista una actitud ante el conflicto mucho menos explorada. Algo parecido podría decirse de Gorka y Ramón (que pierden aún más espacio), Xavier o Arantxa. Esto olvidando aspectos muchos más llamativos como la inclusión de las almorranas de Xose Mari casi en el clímax y la escasa sutileza (a diferencia de la novela) con la que se aborda todo lo relacionado con los cuerpos de seguridad del Estado. Una vez más, picamos el anzuelo de la campaña publicitaria para quedar desengañados.
Lo que no quiere decir que haya otras muchas razones que la hagan merecedora de la atención de un público mayoritario (que valga la pena haber rechazado el euskera) como el tremendo pulso para mantener la estructura de la novela jugando a la perfección con la yuxtaposición de las distintas líneas temporales. La ruptura entre el pasado y el presente no se apresura y evita la confusión ayudando a comprender de qué manera el presente está atravesado por la memoria y los recuerdos que determinan, más que nunca, las vidas de las familias afectadas por el conflicto etarra. Es, en definitiva, a la manera del melodrama más clásico, una historia sobre reconciliación, con los demás y con uno mismo, por eso cobra tanta importancia ese abrazo en el que se funden las dos matriarcas. Dos matriarcas cansadas y muy deterioradas que, sabiendo mejor que nadie que la guerra nunca es la solución, siempre son las peor paradas porque son la viva metáfora de las trincheras de lo privado.
Aunque no es la revisión definitiva de ese ayer oscuro, las terribles consecuencias de los atentados de ETA para el País Vasco y España en su conjunto, que se ha planteado una y otra vez en la prensa escrita, hay que reconocer el valor de que un producto audiovisual que aborda una contienda de tal calado para la sociedad, tan poco grata de ser recordada, haya desplazado a otras muchas producciones para convertirse en el “entretenimiento” de un grupo muy heterogéneo de personas. Que cada domingo hayan conseguido poner de acuerdo a los españoles para enfrentarse a Patria (como también a Veneno) es la constatación de la toma de conciencia de la población con respecto a cuestiones relevantes para el desarrollo de las sociedades humanas, así como de la inteligencia, muchas veces subestimada, del espectador medio.

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