El arte de volver (2020). El forzado regreso del exilio.

En Una Vez Más (2019), ópera prima de Guillermo Rojas, Abril volvía a Sevilla para asistir al funeral de su abuela durante unos intensos días en los que se reencontraría con recuerdos que habían quedado enlatados y para los que parecía no quedar lugar en Londres, donde había iniciado una nueva vida. Durante dichos días, las rememoraciones llenarían a Abril de una peligrosa nostalgia, esa que empaña las lentes con las que miramos hacia atrás y que siempre intenta imponer la tramposa mentira aquella que dice que cualquier tiempo pasado fue mejor. Por suerte, la protagonista supo evitar el engaño y volver al lugar donde había comenzado a echar raíces por decisión propia. Pero ese no es el caso de Noemí (Macarena García) en El Arte de Volver, ya que desengañada, se ve obligada a volver a casa exhausta de perseguir un sueño que parece no poder cumplirse. Lo que sí comparten Abril y Noemí es la creencia de los exiliados que dicta la pausa del tiempo en el justo momento que marchan. Pero lo que no saben es que esa realidad ya no es, solo queda de ella el recuerdo y una fecha de caducidad.

Y es que ambas películas, pero sobre todo el debut de Pedro Collantes (asombroso que no encuentre ni una sola nominación en los Goya de este año), vienen a despertar la conciencia y hacer aún más evidente aquella dolorosa verdad de cuán inmune es el ser humano al tiempo… Un tiempo que pasa, que no espera y que provoca que las ramas de nuestro tronco se retuerzan, giren sobre sí mismas, para así lograr una mejor adaptación al terreno que toca ocupar. En ese sentido cobra vital importancia la escena en la que el taxista, al que Noemí conoce casi al final de la película -otro fugitivo-, rompe a llorar por el reencuentro del pasado y reconocimiento de la huida por necesidad, lo que provoca una parálisis total y la incapacidad de seguir al volante. Esto viene seguido de un estadillo de pitidos y cláxones que le exigen no más que continuar a pesar de todo. La recuperación necesita tiempo y este es el compañero más impaciente y desagradecido de todos. Y eso es lo que le pasa a Noemí, que no tiene tiempo de parar, por eso ella se hace cargo del volante.
El Arte de Volver podría ser una roadmovie, sin coche, eso sí, pero sin alejarse de ese tipo de cine en el que los protagonistas realizan un viaje, físico y emocional, a partir del cual se produce un punto de inflexión en las vidas de los participantes. Y ese es el caso de Noemí a su vuelta, en la que visita lugares frecuentes de su vida anterior al exilio y establece diálogos nuevos, tanto con dichos lugares como con las personas. Un viaje además visto, no por carretera, sino a partir de los primeros planos y los ojos tristes y nostálgicos de Macarena.
Y en el contraste con el abuelo enfermo se contraponen las figuras de la persona mayor que se acerca al final de su vida, haya cumplido sus sueños o no, y la de la joven que se debate entre seguir tras la vida que pensó que quería o comenzar de cero, mucho más fácil con taxistas desconocidos que con antiguos amigos. Al final y al cabo, la constatación de la carrera de fondo del reloj.
“Igual es que cambiaban de intenciones a medida que crecían. Que elegían direcciones diferentes cada vez”.

Comentarios