El consentimiento (2020). Reescribirse a una misma

 


“La carencia, la carencia de amor como una sed que se lo bebe todo, una sed de yonqui que no mira la calidad del producto que le suministran y se inyecta su dosis letal con la certeza de estar haciéndolo bien. Con alivio, gratitud y felicidad”.

El consentimiento (2020) pertenece a toda una tendencia, liderada por voces y miradas femeninas, que están renovando la construcción de la narrativa del dolor. En el mismo año, Michaela Coel proponía en Podría destruirte una manera original de armar un relato -y de convertirlo en poderosas imágenes- sobre una experiencia terrible y traumática. Y aunque lejos de pretender comparar una vivencia con otra, Vanessa, con esta auto ficción, también deja valiosas huellas de sí misma y de su historia entre las páginas que las conforman. Con este libro se reconcilia con la literatura. O más bien con el proceso de escritura que le confiere la recuperación de la noción de sujeto. Tras una etapa de renuncia (in)voluntaria a la literatura, por fin se acerca a ella, y en señal de gratitud, esta se le ofrece como proceso redentor, curativo. Y sobre todo como herramienta de reconstrucción de una historia robada (la suya) y también de un cuerpo que sintió vaciarse de órganos y de sangre para ser sustituidos por papel y tinta. La sustracción de una pluma sostenida por una mano infecta que escribía en dirección contraria a su persona sin que la autora pudiera hacer nada para pararlo (“Qué prueba tangible tenía de mi existencia? ¿Era yo real?”). Pero eso era antes. El consentimiento es la prueba de toma de conciencia, la muestra de un proceso que todavía está y estará por siempre en marcha, y la prueba de la enorme valentía de una autora que pone del revés los cimientos de su vida y los de  la élite intelectual francesa. Por eso el libro está presente. 

"Porque escribir suponía volver a ser el sujeto de mi propia historia. Una historia que me habían confiscado hacía demasiado tiempo".

Pero sin, embargo, por raro que parezca, el texto no está lleno de rabia, de rencor ni pretende ser incendiario, aunque resulta serlo finalmente. Más bien responde a la necesidad de narrarse, de contarse para, así, reconstruirse y reapropiarse de su historia. Responde más bien a la negación en primera persona, de manera rotunda, del personaje de ficción que durante mucho tiempo le hicieron creer que era. Vanessa Springora no es ficción, es real y está más viva que nunca. Por eso explica qué factores actúan o hacen más propensos el caer en garras de estos depredadores (la ausencia de figuras esenciales en el crecimiento, la falta de atención, las carencias de todo un contexto histórico, social y cultural, la doble moral) y las consecuencias que derivan de ello (la suspensión de la conciencia, el hurto del lenguaje y de la sexualidad). En definitiva, el infierno que se vive cuando la validación de una misma recae en las manos de otro. De un ogro, como ella misma lo llama, en un bello y doloroso intento de volver a una infancia y adolescencia robada. 

“Durante cuánto tiempo había perdido la noción de mi misma? ¿Por qué había acumulado tanto sentimiento de culpa, hasta el punto de creer que merecía la pena de muerte?"

Aunque tenga una estructura externa clara, dividida en seis partes (sin contar el prólogo ni el epílogo) que marcan cada una de las partes del proceso experimentado, la estructura interna es mucho más interesante si cabe, ya que alude a los fragmentos dispersos que durante mucho tiempo sintió que ella misma era. Una fragmentación, una rotura, producida por el abuso sexual (psicológico y físico) de un pedófilo que resulta ser un estimado y aclamado escritor. Todavía en la actualidad. 

Un texto que da algo de tregua a la escritora, y que, si no consigue aliviarla del todo, sí alcanza su objetivo: encerrar al espectro en el veneno que discurre bajo las tapas de un libro. Para siempre.



Comentarios