It's a sin (2021). La reconstrucción de una Historia incompleta.

La pandemia global, que está asolando la tierra desde inicios del 2020, no es la única que el ser humano ha sufrido desde la constitución de los llamados “estados de bienestar”. Tampoco es la única epidemia que ha afectado de una manera tan brutal y generalizada. A principios de la década de los ochenta, no había COVID pero sí que se extendía una de las masacres naturales contemporáneas más mortales: la del sida. Claro que esta no alcanzó la repercusión -en primera instancia- que la actual, ni se pusieron en marcha todos los medios necesarios para paliarla porque era “una enfermedad de gays”, un castigo por el pecado más atroz cometido. Dicha pandemia no sólo trajo consigo muertes, sino también tal sentimiento de vergüenza y culpa que quienes morían minuto a minuto abandonados en esas frías habitaciones de hospital, desgajándose y convirtiéndose en retazos de lo que un día fueron, creían que se lo merecían. Pensaban que ese era el precio a pagar por haber vivido como habían decidido; amando y follando con quién les diera la gana.

It’s a sin (2021), del creador Russell T. Davies (quien además dirige junto a Peter Hoar), entiende su razón de ser en un momento de reconstrucción de la historia reciente y la conformación de una suerte de genealogía que proporcione el lugar que merecen aquellas minorías que, hasta hoy, no habían tenido la oportunidad de contribuir a la escritura del gran relato de la historia. Y digo relato intencionadamente. En 2017, 120 pulsaciones ya abordaba la conformación de grupos de acción directa para la concienciación sobre el SIDA en la Francia de los 90 a través de la vida del personaje de Nathan, quien invertiría sus últimas fuerzas por la causa. Además, en otras claves cinematográficas, la película reconstruía la formación de un colectivo que, de la misma forma que el feminismo, siempre se manifestó sin infligir daño alguno, usando el propio peso de sus cuerpos para rememorar aquellos que ya no tenían vida. Aquellos que habían muerto, pero también habían sido asesinados por el silencio y la mentira. Y aunque también haya algo aquí de esas manifestaciones, se encuentra mucho más cerca de los códigos de Pose.

Tanto Pose como It’s a sin deciden no renunciar al color y a cierto temperamento optimista -y se aprecia claramente en la paleta de colores que las hace a ambas reconocibles, mucho más rebajada aquí- sin renunciar a la emotividad y tragedia, pero evitando caer en una excesiva recreación. Ambas series dan la oportunidad a sus protagonistas, independientemente de cuales sean sus finales, de disfrutar el camino antes de que este se infecte, no sólo por el virus, sino también y, sobre todo, por la ignorancia. En It’s a sin se señala la falta de profesionalidad y compromiso por parte de las instituciones que, debiendo velar por la seguridad de todos los ciudadanos, decidieron mirar hacia otro lado propagando mentiras. Muchos de los afectados por el virus se veían obligados a morir solos, muy lentamente, abandonados en habitaciones blindadas, sin un mínimo de cuidados. Aislados. De nuevo, confinados. Los sistemas sanitarios, con su silencio, los mataban mucho antes que las infecciones debilitaran sus organismos. La única esperanza la tenían quienes poseían nombres y apellidos, algo que trataba de alguna manera The assessination of Gianni Versace (2018).

Pero no sólo puede hablarse de sufrimiento y de dolor, porque It’s a sin escoge otro camino y la emotividad realmente se consigue a través de la empatía que se genera a partir de la construcción de los personajes (como en Pose). Porque si Ritchie, quizás el protagonista, es un personaje complejo, soñador, incansable en cuanto a la persecución de sus metas se refiere (aunque también un personaje lleno de dudas y culpas) la narración no recae sobre sus hombros -a pesar de que es él quien abre y cierra la serie-. Podría decirse que se trata de una historia coral donde aquellos que podían parecer secundarios, ocupan un lugar privilegiado en el corazón del espectador. Uno de ellos es, sin duda, Collin, un bello personaje, tierno y responsable, prueba fehaciente del funcionamiento azaroso del virus a la hora de elegir a sus víctimas y que no responde en absoluto al arquetipo del que quizás se encuentre más cerca Ritchie. Y, por supuesto, Jill, el personaje femenino (inspirado en la propia vida de la actriz que interpreta a su madre dentro del relato) que funciona, incansable, como pilar de la familia que crean en Londres y que, siendo la menos afectada, se vuelca por completo con la causa porque entiende que esa lucha también es suya. Es emocionante ver a esa chica joven, enguantada, cocinado para sus amigos enfermos, y soportando una carga emocional y trágica que no corresponde a personas de esa edad. Cuestión importantísima de la que se habla, de nuevo en Pose, y que Camila Sosa Villada retrata en Las Malas (2019). Y me refiero a esa convivencia con la muerte y la desolación desde muy pronto. De qué manera se ven obligados a aprender a vivir con la muerte siempre espiando y pisando los talones, siempre perdiendo a esos amigos que constituyen la verdadera familia. Porque por supuesto It’s a sin también habla de familia. De la que se escoge y donde realmente se apoyan en la nueva vida que comienzan lejos de sus hogares, y la familia biológica, de la que se ven obligados a huir antes de lo que debieran por el dolor que les infringía ser borrados por quienes más querían. De eso hablaba también la estupenda 1985 (Yen Tan, 2018), de la pérdida prematura del hogar, el distanciamiento muchas veces definitivo con los padres, por el miedo, la incompetencia o crueldad de estos. Y todo eso lo encarnan los padres de Ritchie que le quitan a su hijo tantas cosas que se convierten en los primeros culpables de su destino. Esos padres que ejercen un poder ilegítimo desde el instante en el que decidieron mirar hacia otro lado y hacerse los sordos.


It’s a sin retrata a la perfección el humor intrínseco al que se refiere Iván Ojeda en Las Biuty Queens, un humor como arma de defensa y protección. Un humor que asumen con optimismo, despolitizando insultos, cuando sus vidas y las de su alrededor están siendo atravesadas por la tragedia y el dolor. Por eso mismo acierta al rodear la historia de color e inocencia, de esa magia que nunca les permite dar rienda suelta al rencor. Lo que no impide que se convierta en un pertinente cierre de heridas y de homenaje a los que se fueron (como Los Javis  han hecho con Veneno). Una valiosa mirada a una época que para muchos fue muy triste y muy negra. Un ejemplo de cómo puede contarse la historia que se consideraba alternativa -aquí es al revés, se hace la principal mientras que la Tatcher ocupa un segundo plano apareciendo a lo lejos-.Y sobre todo un recordatorio del peligro que siguen corriendo muchas personas a raíz de la ignorancia y el egoísmo que emana, en muchas ocasiones, desde las mismas instituciones (incluso desde los congresos). Cualquier rastro de homofobia (dígase también lesbofobia, transfobia…etc) es la prueba de la intención de algunos sectores de borrar a personas de las agendas públicas. Y para esto se hacen estas series, para sanar y activar cada noche la alarma que permanece apagada durante el resto del día. 


 


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