Las niñas (2020). El testimonio personal como configuración de la memoria colectiva.


Pilar Palomero firma con su ópera prima Las Niñas, un enternecedor y revolucionario retrato de la España de la década de los 90 sirviéndose para ello de la representación de la educación rancia y dogmática impostada en los centros concertados y religiosos a todas esas niñas que terminarían siendo las mujeres de hoy. Recogiendo la estela de directoras como Carla Simón, Celia Rico, Belén Funes o Lucía Alemany, Palomero también se decanta por contar la historia de su país, radiografiándolo y escudriñándolo. O más bien por esclarecerla y completarla con lo que la mirada androcentrista desde los inicios del cine apartó y se encargó de mantener debajo de la alfombra, bien escondido en los arcones de madera vieja de la memoria conscientemente olvidada. Pero para eso están ellas, heroínas armadas con ideas, palabras, y cámara, que se atreven a desempolvar los recuerdos y acontecimientos sin los que se hace imposible entender el hoy, conformando así con sus obras testimonios que a su vez configuran toda una memoria colectiva.

Aunque la película, desde su título, comienza siendo coral y así lo consigue de manera excelente en la dirección del elenco de chicas que se muestran naturales y muy cómodas en las escenas que comparten, el relato más pronto que tarde se centra en la protagonista, una niña tímida y algo retraída, aunque llena de luz y ambiciones, huérfana de padre y de madre soltera. La pequeña burbuja de Celia se terminará pinchado y todas las creencias adquiridas a golpe de rezo, rosario y bordado, comenzarán a resquebrajarse con la llegada de la adolescencia y sus transformaciones y la influencia de ciertas amistades tales como la de esa chica nueva, Brisa, que llega de Barcelona casi como un soplo de aire fresco, una ventisca. En el personaje de Celia y Brisa se contraponen las dos Españas enfrentadas: la profundamente católica y atrasada y la España más internacional, la de los parches de la Exposición y Los Juegos Olímpicos que pretenden tapar la primera. Una España en descomposición y otra en fase de alumbramiento.


Pero no sólo Celia será la protagonista de la película, sus preocupaciones, faltas de información e interrogantes se proyectarán directamente hacia su madre, una figura distante para ella, a la que no logra comprender, pero aun así se esfuerza por entender. La madre de Celia, encarnada por Natalia de Molina, también fue una niña un día a la que no quisieron explicarle tantas cosas que finalmente la ignorancia (propia y sobre todo la ajena), los prejuicios y la doble moral acabaron por repudiarla y la abandonaron a su suerte con una hija por venir en el peor de los contextos. Por eso coarta la libertad de la pequeña, para que no ahorrarle el tiempo perdido y que no cometa los mismos errores (aunque no sea la mejor forma de hacerlo).


Magnífica la elección del encuadre, ese que se propone encerrar a las protagonistas de la misma forma que los mandatos de la época, así como todas las imágenes -por ejemplo aquella en la que el colegio y sus discursos misóginos y puritanos conviven con la publicidad destinada a concienciar a cerca del uso del preservativo en plena pandemia mundial del VIH- y los primeros planos donde se condensa el discurso tan potente del film.
El viaje hacia el 92 a Zaragoza, que bien podría ser cualquier otra ciudad o pueblo español de la década, se torna una reconciliación sutil de las alumnas con ellas mismas, sus conocimientos, y un proceso de desaprendizaje de todo lo aprendido a través de esa institución capadora que ha controlado en España la educación más tiempo del que debiera y que se ha esforzado en mantener sin voz y sin alas a todas esas jóvenes que merecían aspirar tan alto como sus compañeros hombres. ¿Por qué iban a estar separadas de ellos si no? Por suerte, y es todo un acierto por parte de Pilar plasmarlo así, no se puede limitar lo inagotable, lo insaciable por mucha mano dura que haya detrás. Quien tiene voz propia siempre acabará por hacer sonar sus cuerdas vocales hasta la grieta. Hasta el grito.

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