Lo que arde (O que arde, 2019). Un Prometeo para Galicia.
“¿Por qué nos filmas?” pregunta alguien en Todos Vosotros Sois Capitanes, de Oliver Laxe, y parece ser esta una idea que se repita a lo largo de su filmografía, a excepción de Mimosas, su película más convencional desde el punto de vista narrativo. Las imágenes que conforman las películas de Laxe parecen ser robadas a “tribus”, que escapan de todas las reglas que rigen la conducta del hombre urbanita, y las toma prestadas a estas con precisión etnográfica en Lo que arde recuperándolas del abandono. Tribus que existen en zonas rurales vaciadas como las lucenses que, por distancia, o conveniencia de quienes dirigen, quedan escondidas entre un vasto paisaje que, cuando arde, necesita ser controlado para evitar la catástrofe de la destrucción y la restante ceniza. Un frágil entorno primitivo que soporta un doble dolor, el que se inflige sí mismo, y el que ejerce sobre él el ser humano. En el comienzo, una arboleda de eucaliptos es demolida por artefactos demoníacos -algo con lo que ya practicaba en Y las chimeneas decidieron escapar- que irrumpen con sus articulaciones industriales la bruma telúrica que campa a sus anchas en el corazón de los bosques.
Para el retrato de dichas civilizaciones y el problema que las atañe, el director se decide por una hibridación de ciertos recursos del documental, y su consecuente realismo, y el fuerte lirismo de la ficción presente sobre todo en el prólogo y el epílogo. Ambos paréntesis funcionan como símbolos de la experiencia estética de lo sublime tal y cómo la definió Edmund Buker (1756) y más tarde perfeccionarían pensadores como Kant. Es a través de la fotografía cálida, de Mauro Herce, de la campiña gallega, que se materializa la idea de la superioridad de la naturaleza frente al ser humano, aunque no desde una perspectiva oscurantista, sino más bien desde la aceptación gustosa del lugar que se ocupa en la jerarquía natural que preside la tierra. Y es en ese sentido donde cobran importancia Amador y su madre Benedicta, más allá del silencioso reencuentro, porque encarnan en sus personajes, alejados del modelo rousseauniano del hombre libre en naturaleza y del tan de moda exilio urbano por días, un modelo de vida en extinción, que se torna para nosotros casi fábula medieval y que ha iniciado su marcha en silencio.
Al final, Lo que arde sintetiza los conceptos clave de su breve producción cinematográfica hasta la fecha, incluso tomando directamente escenas como la del helicóptero que ya cerraba París#1, conjugándolas para dar como resultado una experiencia donde el realismo documental y la poesía de la ficción trascienden la noción de cine convencional. Y de alguna manera, intentado responder al interrogante que abría el principio, Laxe los filma porque al igual que Prometeo hizo en su día devolviéndonos el fuego, a través de la grabación del mismo y sus afectados, devuelve a sus raíces, en este caso a Galicia, algo tan valioso como la atención dentro del mapa. Y a diferencia de este desdichado titán, el director escapa del castigo eterno en su acercamiento a la periferia rural.
Comentarios
Publicar un comentario