Malcolm&Marie (2021). Una contienda que, partiendo de lo privado, reclama lo público.

 

Sam Levinson es la demostración de cómo la mirada de un hombre blanco y cishetero puede estar sometida a una autodeconstrucción consciente, que permita poner en crisis los valores de la generación a la que pertenece para comprender y asumir los nuevos códigos que puedan parecerle interesantes de las nuevas generaciones. Es la muestra de cómo es posible reconocer los privilegios en uno mismo y trabajar con ellos para generar un terreno fértil. Así se demostraba en la visceral y agónica Nación Salvaje (2018), germen de Euphoria (2019-2021) que ha supuesto un punto de inflexión en la representación de la adolescencia y el retrato de los miedos, angustias, inseguridades y preocupaciones que caracterizan a la ‘generación Z’. Y recogiendo el testigo de todo ello, fruto de alguna forma de la reclusión impuesta por la pandemia, surgen los puentes que unen la primera temporada de Euphoria con la segunda que está por venir, y su propuesta más sugerente: Malcolm & Marie (2021).

La película, estrenada en Netflix y rodada en las primeras fases de la llamada desescalada, se sirve de una relación en su posible ocaso -de ahí quizás la apuesta por el blanco y negro- a partir de la cual aborda las dinámicas que constituyen las relaciones tóxicas, esas que se venían justificando bajo el falso paraguas del romanticismo. A Levinson, guionista además de director del proyecto, le interesa la relación amorosa y los mecanismos que están operando para producir la desigualdad que habita entre ellos y los separa. Así, Malcolm y Marie van a librar una batalla campal durante todo el metraje a través de extensos y auténticos monólogos que van a llevar a los actores hasta la extenuación. Una guerra de sexos que va a poner sobre la mesa el machismo que impregna cualquier tipo de relación, sea laboral o personal, aún más cuando estas convergen. Por eso resulta tan atractiva la puesta en escena y la concepción del movimiento (o falta de él) que van a ejecutar los personajes: mientras Malcolm se mueve por todo el espacio, lo recorre y llena, performando (que diría Judith Butler) sin parar una masculinidad agresiva generadora de líneas curvas y verticales, Marie permanece mucho más estática, reposada, a veces incluso tendida, contribuyendo a la generación de líneas horizontales. La verticalidad del patriarcado frente a la horizontal transversalidad de los feminismos. Esto no quiere decir que Sam demonice a Malcolm y favorezca a Marie, no al menos de manera maniquea. Lo que sí consigue es retratar muy bien dos posturas distintas que se enriquecen con la posición que cada uno de ellos ostenta en el binomio público-privado y la cuestión de la diferencia de edad que demuestra como una chica de 24 años puede poseer más madurez y control sobre las emociones que un hombre 10 años mayor que ella, que, por la construcción de su masculinidad, no es capaz de lidiar con estas.


Pero Levinson recurre a la tensión de esta pareja como excusa para ir aún más lejos haciendo que Malcolm y Marie funcionen como metáfora de las posturas diferentes, y en ciertos puntos opuestas, frente al arte y oficio de hacer cine. Van a ser los dos protagonistas los directores de una dialéctica que va a contraponer visiones dicotómicas dentro del cine: la de la crítica y los cineastas, la corrección política y la libertad creativa, pero sobre todo la de los genios y sus consortes. Ambos se erigen como posibles escribanos de la historia del cine o al menos como figuras que aportan una manera de mirarla y construirla. Por ello parece claro que se trata de una película de guion donde el texto cobra una importancia abismal -casi podría tratarse de la adaptación de una pieza teatral-, así como la interpretación de los dos protagonistas que adquiere relevancia casi por encima de las formas fílmicas. Y en cierto sentido puede recordar a John Cassavetes, pero uno menos visceral y agónico, ya que si da importancia a los gestos y a las miradas y asume ese cine de cuerpos y rostros, el film de Levinson es más atemperado, y esto quizás se deba a la pretensión de llevar la película mucho más lejos de lo privado. Además, aquí queda poco de la figura lánguida y rota de la mujer de Una mujer bajo la influencia (1974) para dar lugar a un personaje femenino complejo, que no cae en la victimización a pesar de las razones que existen para ello, y que planta cara y reclama el lugar que le pertenece. Así, Marie comienza con un elegante vestido y acaba en camiseta interior y el pelo mojado a medida que va sincerándose y desmontando al mito que pretende ser su adversario a costa (en parte) suya, que permanece vestido, con la misma ropa porque aún sigue en el espacio público. Marie va cambiando su apariencia, no sólo porque le sobren retoques para ser ella, sino porque está dispuesta al cambio mientras Malcolm permanece férreo a sus convenciones sin permitir que los argumentos de la rival penetren en su interior. De las balas que dispara Marie, él se queda con las referidas a su trabajo.


Pero a pesar de esa preeminencia del guion, Sam Levinson no renuncia a las formas fílmicas. De hecho, a veces crea confusión con el lucimiento que parece pretender con determinados movimientos de cámara, planos secuencias muy bien anticipados y travellings acuciados. Se observa cierta intención de demostración técnica que se aleja de la intensidad del texto. No obstante, algunas elecciones formales funcionan muy bien. Por ejemplo, el plano fijo del inicio donde la cámara parece estar esperando a que los protagonistas lleguen a la casa para mantener una conversación que debía haberse producido ya o el uso del plano contraplano que no hace más que pasar la granada de uno a otro en una guerra que parece no va a tener fin. Más dudas genera la elección del blanco y negro que, si aporta ese tono crepuscular o eclipsado de la relación, también enfatiza el glamour de las escenas en una situación de extrema delicadeza. Pero qué es el cine, o al menos una parte de él, sino la glamourización de todos los estadios de la vida.

También hay espacio en ese debate cinematográfico que se despliega en el film para la crítica, sobre la que ironiza mediante la alusión a una crítica del New York Times que según Malcolm sobre interpreta la película y politiza cada decisión de este por ser ‘un hombre de color’ -posición que Marie parodia a través de una cómica imitación-. Un debate que se da desde la aparición del ejercicio de la crítica como profesión y que siempre sobrevuela el trabajo de los críticos. Malcolm lanza dardos envenenados y corrosivos -algunos muy acertados, otros no tanto- y despliega su monólogo más interesante contra el elitismo y el academicismo. En un ataque de furia por no estar de acuerdo con la opinión sobre la película que construye una “mujer blanca”, se ponen de manifiesto el machismo y racismo -comparación con Spike Lee y Barry Jenkins- en la profesión de hacer películas (o en cualquier creación artística). Así, Sam Levinson -quizás compartiendo cierta opinión al respecto- por boca de Malcolm hace un repaso aleatorio pero sagaz sobre algunos hitos de la historia del cine donde se genera una problemática, incluso una contradicción, entre la mirada que dirige la cámara -el autor- y los discursos generados a partir de determinadas elecciones. Es un monólogo que sacude las certezas de quien cree saberlo todo (“¿Existe la mirada masculina en el director gay? A lo mejor es trans y ni siquiera lo sabe”). Pero no pone punto final, al contrario, plantea la pregunta, sobre todo porque Marie parece estar de acuerdo en algunos puntos con la crítica, ya que replica a Malcolm haciéndole entender que la mirada que dirige la cámara sí que puede establecer diferencias sustanciales en el resultado de la película.

Llegados a este punto, entendiendo el doble acercamiento que el cineasta propone con respecto a la relación, la de Malcolm y Marie podría ser la puesta en escena de Tolerate it (Evermore, 2020) de Taylor Swift. Y no es una alusión baladí, ya que Sam Levinson está muy en contacto con la cultura pop -tanto es así que Labrinth (que se convierte en la banda sonora de la película), Billie Ellish y Rosalía colaboran en su filmografía, funcionando tanto como un reclamo, pero también como texto discursivo-. En Tolerate it, Taylor Swift escribe sobre una relación desigual desde la voz que en este caso coincidiría con la de Marie, donde el ejercicio de poder (presentes en todas las relaciones) se hace evidente. Se esclarece desde quien viene y hacia quién va: “I wait by the door like I’m just a kid. Use my best colors for your portrait. Lay the table with the fance shit. And watch you tolerate it”. Y ahí reside uno de los grandes aciertos de la película, en decantarse por equilibrar la balanza hacia el personaje interpretado por Zendaya que se erige como representante de todas esas voces a las que no se les ha reconocido su importancia e impronta en la obra pública de sus parejas: los “genios”. Marie es la representación de las consortes, casi siempre mujeres, que aportando experiencia y haciendo las tareas banales en muchas ocasiones, contribuyen a la posibilidad de la existencia de la película en último término. De todas aquellas personas que aportan la experiencia para luego no figurar en los créditos. Tolerate it sigue así: “While you were out building other worlds, where was I? I made you my temple, my mural, my sky. Now I’m begging for footnotes in the story of your life”. Y es que Malcolm olvida agradecer en publico a Marie y cuando ella le traslada su enfado, este parece no ser capaz de entender lo que ese gesto simboliza.

“Lo único que quería esta noche era un ‘gracias’. Nada más. Gracias, Marie, por quererme. Gracias por mejorar mi vida y rehacer la tuya. Gracias por ver cien montajes y leer cien putos borradores. Gracias por tus apuntes, por tu experiencia, por tu paciencia, la puta autenticidad que aportas a la película. Gracias por ser drogadicta y superar tu adicción. Gracias por chorradas como comprar papel higiénico y leche y organizar la mudanza. Gracias. gracias por ocuparte de las banalidades. Por hacerme café. Gracias por hacerme sonreír. Gracias por el sexo y por los abrazos. gracias por hacer la colada y recoger mi traje hoy y por prepararle unos macarrones a este cabrón ingrato, aunque olvidara darte las gracias. Gracias por los errores que has cometido, por tu encanto y por llenarme de vida. Gracias por quererme. Gracias por superar esto, por seguir adelante y ser tú. Gracias por todas las cosas que olvido agradecerte y gracias por estar la hostia de sexi con ese vestido. Me das buena imagen. Me haces ser mejor persona. Gracias por entender que no se me da bien expresar mis sentimientos y que los plasmo en mi obra más que en mi vida. Gracias porque sé que no siempre es agradable y espero que puedas sobrellevarlo. Gracias. Sé que soy torpe con las emociones. Gracias por no tenérmelo en cuenta. Gracias por pensar lo mejor. Te quiero, Marie. Siempre te querré, mi Marie. Gracias, de todo corazón. Gracias”.

Porque tras ese gesto, es el cineasta quien asume todo el riesgo y quien recibe el mérito, sin tenerla en cuenta. De esa forma, olvida las anclas que unen tanto su figura como a la propia película a la realidad, aunque luego esa aparezca ficcionada. Y de nuevo surge otra cuestión cinematográfica: el equilibrio del cine como proceso artístico y por tanto personal -autoral- y como trabajo colectivo. Es Marie quien reconoce la importancia del trabajo en común, de la autenticidad y verdad que emana de la propia experiencia personal para dar calidad al resultado final. Tolerate it sigue diciendo: “I greet you in the battle hero’s welcome. I take your indiscretions all in good fun I sit and listen…”. Mientras que la mirada de Malcolm, también interesante, alude al proceso por el cual dicha experiencia debe filtrarse y convertirse en imágenes a través de los recursos formales y, por tanto, cinematográficos para alcanzar cotas artísticas.

Las casi dos horas de película, que pasan volando entras tantos altos y bajos, parecen seguir la estructura del jazz. Los momentos álgidos, donde abunda la tensión y la discusión, las palabras hirientes llenas de rabia, de crueldad (por parte de él) y de reclamo (por parte de ella), se suceden de manera intercalada con otros de calma, incluso de intimidad -donde la cámara se mueve más nerviosa e intranquila- antes de retomar la guerra. Y tras toda esa guerra, en la que los dos contrincantes se han dicho todo lo que se tenían que decir, entre el cansancio y abotargamiento de Malcolm y los intentos de Marie por hacerse oír y hacerse comprender, llega la fractura, representada en los reflejos partidos de los espejos. La separación de un microcosmos en dos que difícilmente puede volver a ser reconstruido. Tolerate it en el puente, ya cerrando, dice: “You assume I'm fine, but what would you do if I break free and leave us in ruins. Took this dagger in me and removed it”. Y de alguna manera termina también la película así, puestas todas las cartas sobre la mesa, sin ambigüedad, a corazón abierto y cuerpo herido, se hacen conscientes de que las posiciones no están tan claras, que como bien dice Malcolm “las identidades cambian”. Las dos miradas van a quedarse; ahora sólo queda alcanzar el punto de encuentro que haga que la convivencia de ambas sea factible.

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