Nieva en Benidorm (2020). “Y si no está pasando nada, siempre hay una promesa de que algo pasará”

 

El mismo año que Isabel Coixet recibe el premio nacional de cinematografía estrena -tras haber sido pospuesta hasta en dos ocasiones por la pandemia- una película tan sugerente y original como todos los títulos que conforman su extensa filmografía. Y con esta, Nieva en Benidorm, viene a confirmar el merecido reconocimiento como una de las cineastas españolas con mayor proyección internacional y con una visión absolutamente singular de lo propio -lo español- a partir del diálogo que establece con lo foráneo. Tras el tropiezo con Elisa y Marcela (2019) y el buen resultado obtenido en su trabajo para HBO (Foodie Love, 2019), vuelve la Coixet de Mi vida sin mí (2003) o La Librería (2017) en tanto que es capaz de armar un relato donde la introspección de los personajes y el espacio en el que se mueven se diluyen en una sinergia magnética donde resulta imprescindible Benidorm. Un Benidorm plural, diverso, dinámico y siempre vivo visitado por turistas, ensordecido por despedidas de soltera, animado por el IMSERSO y habitado durante todo el año por seres variopintos que asumen vivir en una ciudad de paso. Un (otro) Benidorm eterno donde las reminiscencias de un pasado soñado -el que experimentó Sylvia Plath y recogió en sus tristes diarios como experiencia insólita- se funden con las gentes del presente. La prueba viva de ello es la carismática policía nacional (interpretada por Carmen Machi) que alterna su trabajo aburrido y burocrático con las lecturas de la poetisa norteamericana aferrándose a un inventada y encantadora suerte de genealogía que la une a ella.

En Nieva en Benidorm nada es lo que parece ser. El coqueteo con elementos propios del thriller policial -la misteriosa desaparición y búsqueda del sujeto extraviado- es sólo eso, mero jugueteo. Cualquier aproximación al género– el secuestro del carnicero o la denuncia de la desaparición- se vuelve comedia gracias a los diálogos. En otras palabras, la directora rechaza los planteamientos del thriller cada vez que parecen imponerse para tomar otros caminos mucho más interesantes. De ahí que se pueda entender como una película de contrastes que oscila entre el Brexit y sus consecuencias económicas y sociales más directas y el esplendor de la ciudad costera y kitsch de las toallas en forma de cisne; del frío y austero Manchester -que entre desenfoques abre la película- al dorado, casi cegador, y caliente Benidorm que da un baño -o un puñetazo, según se mire- de luz a Peter nada más llegar a tierra ibérica para recordarle que nunca es demasiado tarde. Porque si algo necesita Peter, ese pobre británico outsider y apesadumbrado, inocente por definición, que viene a España a visitar a su hermano después de una prejubilación impuesta, es tomar las riendas de su vida y despertar del sueño aletargado en el que se encuentra inmerso desde hace años -evidenciado en esas tres galletas sobre el plato de cada mañana y un hobby tan pintoresco como el interés por la meteorología-. Por eso, la aparición de Alex -presentada a través de un plano detalle de unas esbeltas piernas elevadas por unos altísimos tacones- para él tendrá el mismo valor que la nieve en la costa “blanca”. La explosiva Alex, por otra parte, pudiendo haber sido construida como femme fatale -la caracterización del personaje así parece decirlo- deviene rico personaje solitario y desamparado también necesitado de cambios, aunque de manera inversa a Peter. Por eso conectan tan bien porque como bien apunta Alex “algunas cosas son más bellas cuando está oxidadas” y ellos parecen reconocer en el otro la belleza bajo la pátina de óxido en el que tiempo los ha sepultado.


Y, es que, efectivamente, el amor -sea lo que sea eso- se encuentra muchas veces en la persona y lugar menos esperado -incluida una lavandería-. Ya lo dice Peter, si se si se dan las condiciones adecuadas podría producirse cualquier efecto meteorológico, por imposible que parezca, en cualquier lugar del mundo. Efecto que consigue Coixet, hacer nevar a Benidorm, aunque sea dentro una kitsch -volviendo al cisne- bola de cristal.

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