La mami (2019). Las perséfones del Barba Azul.

 

Cada día, al caer la noche, un cabaré de la ciudad de México abre sus puertas para recibir a todo aquel que quiera pasar un buen rato junto a una variedad de mujeres disponibles para su disfrute. ¡Ojo! Pese a su nombre, el “Barba Azul” es un local decente donde no se violan ni mucho menos se alojan los cuerpos mutilados y sin vida en una habitación oculta como sucedía en aquel horripilante cuento de origen europeo. Con diligencia, se limpia cada rincón una vez cierra al público -con especial esmero las esculturas femeninas que aguardan en las paredes-, para dejarlo intacto de cara a la próxima apertura. Es un negocio más. Pero sí que hay en dicho cabaré una habitación secreta a la que se accede mediante unas escaleras, que dejan en la planta inferior la música y el alcohol, custodiada por una figura casi mitológica: las mamis. En dicha habitación -que realmente aloja en su interior los baños- doña Olga desempeña desde las labores más espirituales, como purificar el espacio quemando incienso o construyendo altares, hasta las más cotidianas. Se encarga con suma delicadeza, entre suspiros y jadeos, de cuidar que todo esté en orden, que no falte de nada. Entre la vigilia y el sueño, la Mami dobla meticulosamente trozos de papel higiénico para vender a sus “m’hijas” (“con lo que guste colaborar”), mantiene desatorados los inodoros, limpio el suelo y custodia las pertenencias de esas perséfones que cada noche bajan al inframundo para bailar con los hades que incasablemente las esperan.

La Mami, de Laura Herrero

Y es en esa estancia, más mitológica que el propio inframundo, donde decide colar la cámara Laura Herrero Garvín para poder filmar La Mami con toda tranquilidad, para capturar el lugar que sirve de refugio a todas esas mujeres que se mueven entre dos mundos cada noche. Con delicadeza y sumo respeto, la directora (también encargada de la fotografía), filma a la horda de mujeres frente al espejo, dando lugar así a imágenes dobles donde el reflejo convive con el verdadero rostro. Sin llegar a ser intrusiva y rechazando la estructura pregunta-respuesta se decide por dejarlas hacer. A partir de primeros planos Laura Herrero sigue el ritual mediante el cual cada una de las chicas construye la máscara que entierra su rostro, un lienzo en blanco completado con los múltiples pinceles y artilugios casi alquímicos -pestañas postizas, lápices de colores- que alberga el interior de esos completísimos bolsos que custodia la Mami. Porque eso es lo que hacen cada noche esas mujeres del Barba Azul, interpretar un papel, como las grandes artistas, que después del camerino, deben salir al escenario donde se convierten en actrices escondidas, en este caso, detrás de pequeñas auto ficciones. Ficheras o artistas -lo mismo da- que encuentran en esos locales la alternativa para lidiar -económicamente- con sus verdaderas realidades. Y eso es lo que le sucede a Carmen, ahora Priscila, que se ve obligada a buscar dinero para pagar el tratamiento de su hijo enfermo, como en su día hizo Doña Olga, en la que todavía quedan los estragos de una profesión sufrida.

Paradójicamente, toda esa mitología no se narra desde la ficción sino desde el documental, con el que la cineasta lleva trabajando en toda su filmografía. Lejos de su España natal, Laura Herrera se encuentra cautivada en un México que le ofrece historias que, una vez la atraviesan, siente la necesidad de contar. Desde la no-ficción en concreto. Y es interesante detenerse aquí debido al impacto que la pandemia ha provocado de manera desigual dentro de la industria cinematográfica. Aunque los efectos negativos son más numerosos, esta coyuntura ha facilitado una mayor visualización de largometrajes de no ficción, escondidos la mayoría de las veces entre los grandes estrenos de ficción de las salas. De esta manera, desde 2020, son los documentales los que han mantenido las carteleras de las salas cubiertas y están ocupando un lugar central en las entregas de premios. En España grandes títulos como El año del descubrimiento (2020) o My Mexican Bretzel (2019) han sido propuestas protagonistas, y desde México llegan títulos tan interesantes como este, el cual pudo verse durante el periodo de confinamiento en el D'A Film Festival y que ha recibido premios y reconocimientos en otros festivales.

La Mami, de Laura Herrero Garvín

Pero La Mami no comparte sólo con sus anteriores trabajos la condición de no-ficción entendida de manera muy original, ampliando sus límites y tensándolos hasta dar imágenes de alta significación, sino que puede extraerse en La mami la misma preocupación que atraviesa algunos otros ejemplos de la filmografía de Herrera.  Por ejemplo, de El Remolino (2016), su anterior largometraje, puede extraerse la lectura que realiza sobre la adaptación, más orgánica en ese caso, y más simbólica en La Mami, donde la adaptación no se produce con respecto al medio natural sino con las vicisitudes de la vida. Pero también guarda estrecha relación con otros títulos, como el cortometraje ¿Me vas a gritar? (2018) en el que aborda la desigualdad de género y la violencia contra las mujeres, allí mediante la metáfora de una pesa y aquí en las noches de alcohol y bailes a cambio de dinero para necesidades. Porque es la violencia, materializada en una ciudad tan particular como México, un tema central que ronda su creación desde que Herrera afincó en México. Y aunque no lo parezca, esa violencia está en La Mami, aunque se decida dejarla fuera de campo y no se haga un retrato victimista de todas esas mujeres ficheras. Porque si ese hubiera sido el objetivo, la cámara se habría quedado mucho más tiempo en la barra de la taberna y, sin embargo, son pocos los minutos que pasa allí detenida, quizás porque se sienta más segura arriba, en los baños.

Laura Herrero se decanta por mostrar las pequeñas pero fuertes redes de apoyo que generan entre sí las mujeres para construir espacios en los que sentirse a gusto. Es decir, se decanta por la sororidad y la atención a esos lugares habitables para “las callejeras y cualquieras” -que dice la canción final- donde no se sienten juzgadas ni amenazadas. Lugares donde sienten el cobijo del manto de San La Muerte y de los brazos flácidos, pero bien fuertes, de la Mami. El resguardo de un ser mágico que vive de cuerpo presente, pero con el alma en el pasado; por eso continúa cada noche maquillándose, aunque bajar los escalones ya no implique más que mirar sus recuerdos. Porque Doña Olga es la Perséfone que después de probar la fruta, nunca más pudo volver. Así como todas las demás, que siempre llevarán el sabor de la fruta amarga que un día tuvieron que probar.

(Crítica publicado en Revista Mutaciones: https://revistamutaciones.com/la-mami-laura-herrero-documental/)

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