Petite Maman (2021). Nuestra 'petite' cápsula del tiempo.
El tiempo, por mucho empeño que se ponga en entenderlo como verdad inapelable, es una noción subjetiva. Estirable y contraíble. Es decir, absolutamente manipulable. De esa idea se sirve Céline Sciamma, en Petite Maman , para dibujar su propia fábula sobre el tiempo. Una fábula que es, a la vez, una pequeña cápsula -temporal-, cubierta por otoñales hojas de amarillas y naranjas, una casita forrada de papeles de pared color verde, una cabaña del bosque y dos pequeñas princesitas de miradas tiernas y frágiles. Una cápsula donde el único reino posible es la infancia que aquí recupera tras su acercamiento en Tomboy (2011) -más centrado en cubrir el periodo de autodescubrimiento personal e identitario que atraviesa toda su filmografía desde Water Lilies (2007)- para hacer magia. Sin necesidad de acudir a grandes artificios o volteretas cinematográficas, la cineasta se sirve del plano-contraplano -ya no para establecer una nueva relación transversal entre musa y artista como en Retrato